jueves, 19 de marzo de 2015

Encastes - Casta Jijona Y Casta Navarra

 
Serie documental, cuyo objetivo es mostrar la vida del toro de lidia,  las 27 'razas' de la cabaña brava española y los esfuerzos de los hombres y mujeres que trabajan para preservar sus encastes, es decir, esas características que las hacen ser diferentes de las restantes.
Andres Recena
Juncal
Toros Y Caballos "JUNCAL"

 

Casta Jijona


ORÍGENES.


Antes del siglo XVII hablar del toro es hablar de la fiera salvaje, del animal símbolo de fortaleza, bravura y acometividad. Jerónimo de la Huerta los describe en 1.593: “Háyanse toros muy diferentes en España, así en la generosidad de ánimo como en el color, talla y porción del cuerpo. Los más feroces y bravos son los que se crían en las riberas de Jarama y Tajo, y así, al muy bravo le suelen llamar jarameño. Son éstos por mayor parte negros o de color fusco o bermejo, tienen los cuernos cortos y delgados, acomodados para crueles heridas y para levantar cualquier cosa del suelo; la frente remolinada, la cola larga hasta tocar la tierra, el cuello corto, el cerviguillo ancho y levantado, los lomos fuertes los pies ligeros, tanto que alcanzan a la carrera a un ligero caballo”. Efectivamente, desde tiempos bastante remotos y, en todo caso, con anterioridad al siglo XVII, existían en estas tierras de Ciudad Real, Madrid, Toledo y Albacete grupos de animales bastante heterogéneos en su tipología. Dichas reses, origen de los famosos “Toros de la Tierra”, pertenecían mayoritariamente al Real Patrimonio durante el reinado de Felipe III y se destinaban casi siempre a abastecer la demanda de carne de la Villa y Corte.

Es a partir del siglo XVIII cuando los toros salvajes que se criaban silvestres, empiezan a formar ganaderías. La selección natural, donde en la reproducción impera la ley del más fuerte, empieza a dejar paso a la selección dirigida por el hombre. El toro entra dentro del campo de la zootecnia, el camino del cambio, de la evolución en el comportamiento, ha comenzado.

Una de las primeras ganaderías la forma Don Juan Sánchez Jijón Salcedo, ganadero de Villarrubia de los Ojos, con toros que se criaban silvestres en los campos de los montes de Toledo y Ciudad Real. Don Juan Sánchez Jijón Salcedo fue el primer ganadero de la célebre familia Jijón del que tenemos constancia histórica. Fue intendente de la vacada del Real Patrimonio hacia el año 1618, época aproximada en que la decidió crear su propia ganadería. Al parecer lo hizo aprovechando la posibilidad que le otorgaba su alto cargo y así, con criterio más bien empírico, fue seleccionando las reses más finas de tipo y más bravías de la vacada del Patrimonio, escogiendo preferentemente los de pelaje colorado, y sobretodo de la variedad colorado encendido o bermejo. Este primer ganadero dedico poco tiempo a las tareas de selección, pues lo prioritario era la venta de ganado de carne para el abasto de las diferentes ciudades castellanas. Tampoco destacó mucho su hijo en los trabajos de selección, si bien mantuvo la vacada entre 1647 y 1684, año en que quedó en poder de su viuda.
Desde 1693, Juan y José Sánchez Jijón, los nietos del creador de la ganadería se hicieron cargo de la misma, aunque fue Juan el que se preocupó de seleccionarla y acreditarla, dedicándola ya a la cría específica de toros para la lidia. Juan Sánchez Jijón incorporó a la divisa vacas de Lorenzo Robles, ganadero toledano de Ventas con Peña Aguilera, que poseía reses que se ajustaban al prototipo que Sánchez Jijón quería infundir y fijar en la ganadería. Así, con paciencia y a base de muchos años de trabajo, creó el toro de Casta Jijona, que alcanzó mucha fama durante los siglos XVIII y XIX. La labor selectiva de Juan Sánchez Jijón la continuó su sobrino Miguel desde 1743, alcanzando la ganadería su época dorada en este período.

En 1784 la ganadería pasó a ser propiedad de José Sánchez Jijón, hermano del anterior. Tras sucesivas herencias familiares fue adquirida por Manuela de la Dehesa en 1824 y veinte años más tarde quedó en poder de Manuel de la Torre, que la trasladó a la localidad madrileña de Ciempozuelos, junto al río Jarama, desapareciendo así todo vestigio familiar en la propiedad de la ganadería que llegó a constituir una de las Castas Fundacionales de la cabaña brava española.
En atención a sus orígenes, esta rama fundacional de la cabaña brava agrupa al conjunto de vacunos de lidia que se criaban en la zona centro de la península, abarcando su hábitat las tierras de La Mancha, las riberas del río Jarama, las estribaciones de la sierra del Guadarrama, en la zona de Colmenar Viejo, y los Montes de Toledo.

El toro jijón y sus parientes más cercanos, los llamados toros de la tierra, se caracterizaban, sobre todo, por una piel rojiza, de tonalidad muy encendida, que les hizo inconfundibles de las demás castas. Eran animales de cuerpos grandes, buenas cornamentas acarameladas, ligeros de patas y resistentes, lo que les confirió fama de duros y difíciles para los primeros lidiadores. Presentaban una serie de características de comportamiento muy acusadas y considerablemente negativas, que pronto les colocaron en inferioridad de condiciones con respecto a las demás procedencias ganaderas, especialmente con el ganado bravo de Andalucía. Tenían salidas de chiqueros espectaculares, y acometían a los picadores dándoles tremendos batacazos. Después se volvían reservones, se aculaban en tablas y presentaban una lidia muy  difícil.
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Vacas de "Montalvo" procedencia Martínez.

Por ello desde el siglo XIX fue creciendo cada vez en mayor medida el número de ganaderos que eliminaron la procedencia jijona en pureza y optaron por realizar diversos cruces buscando incorporar al patrimonio genético de sus vacadas las virtudes que la Casta Jijona no brindaba independientemente.

Los últimos vacunos de origen Jijón quedaron extinguidos por completo durante la Guerra Civil Española, aunque desde comienzos del siglo XX su regresión había sido ya considerable y estaban limitados a un número pequeño de vacadas, que fueron cruzándose de forma paulatina con reproductores de otros orígenes. De este modo, aunque el conflicto bélico fuera la causa última de su desaparición, la escasa capacidad de adaptación de las ganaderías jijonas a la evolución del espectáculo taurino, las había condenado ya de antemano.
Como ejemplo ilustrativo de la importancia de esta casta fundacional, valga el siguiente ejemplo. Allá por el 25 de Mayo de 1754, toreó en Madrid José Cándido el día de su alternativa a Capitán, jijón de pinta y de casta, cedido por su padrino Diego del Álamo “El Malagueño”, siendo el primer toro que aparece bautizado con un nombre en toda la historia de la tauromaquia.

MORFOLOGÍA DE LOS EJEMPLARES DE CASTA JIJONA.

Tradicionalmente los toros jijones han respondido al prototipo morfológico imperante en la ganadería de lidia de los siglos XVIII y XIX, aunque con algunas características claramente diferenciadoras. Así, se han distinguido por su considerable tamaño corporal, alzada y peso, que les situaba entre los más grandes de su tiempo. Eran ágiles, poderosos y duros para la lidia.



Su tipo era más bien basto, con un esqueleto desarrollado, de huesos anchos, grandes y fuertes y encornaduras muy desarrolladas. Como la práctica totalidad de los vacunos menos evolucionados eran aleonados, cortos de cuello, con las extremidades largas y la piel gruesa.

Estos ejemplares presentaban un absoluto predominio de pintas coloradas en toda su variedad, desde el melocotón hasta el retinto y siendo especialmente abundante el colorado encendido, hasta el punto que las crónicas taurinas hacían referencia a la lidia de reses de capa jijona, término empleado para describir a los vacunos que lucían este pelaje. Además se daban toros castaños y con mucha menos frecuencia, negros.

Los accidentales más típicos eran el bragado, meano y listón, dándose con mucha frecuencia el ojinegro en los ejemplares colorados y con menos abundancia el ojo de perdiz.

El prototipo morfológico de los vacunos jijones era igualmente extrapolable a los llamados toros de la tierra, derivados del mismo origen y asentados en la provincia de Madrid, sobre todo en la comarca de Colmenar Viejo y en las riberas del río Jarama, sin que existieran grandes diferencias entre unos y otros, si exceptuamos el menor tamaño de los de la sierra madrileña y su mayor abundancia de pelajes negros.

D. Ildefonso Montero Agüera, en su conferencia titulada “Proporción del toro bravo en el arte andaluz” impartida el 31 de Mayo de 1995 en la Real Academia de Ciencias Veterinarias cita los siguientes valores para ciertos índices corporales de los ejemplares de la Casta Jijona y los compara con los de otras castas:
NavarraJijonaVistahermosa
Índice de profundidad torácica
55'88 
58´60
62´23
Índice de la longitud de la grupa
28'00
28´20
30´00
Índice pelviano longitudinal
30'88
29´33
35´29
Cortedad relativa
90'66
96´15
85´00

En esa misma conferencia, su autor señala como los toros que aparecen en la obra del pintor jienense José Elbo (1804-1884), serían los que más se aproximarían, tanto por su proporción corporal como por su estampa, a los originarios ejemplares de casta jijona.
Elbo viajó mucho por España asistiendo a los toros y observando las costumbres populares, que luego trasladaría a sus cuadros, con firme pulcritud. Sus pinturas de toros son obras muy admiradas, figurando como temas dominantes: tipos o motivos de la lidia y vacadas o escenas del campo. Logró ser original en su género y terminaba minuciosamente los detalles de sus obras. Elbo pinta unos toros de buen trapío, tamaño proporcionado, bien encornados y capas coloradas o berrenda en colorado. Dos buenos ejemplos de su obra serían: “Vaquero con ganado” y “Un apartado”, expuestos en el Museo Romántico de Madrid.
Jijona_Semental-Martxnez.jpg
Semental de "Montalvo" procedencia Martínez.

COMPORTAMIENTO DE LA CASTA JIJONA.

Los toros Jijones fueron siempre un fiel exponente de la bravura eminentemente defensiva, que estaba siempre vinculada a la fortaleza física, menguando conforme el astado recibía más castigo e iba perdiendo fuerza. No obstante, alcanzaron mucho prestigio en las fiestas de toros de los siglos XVI y XVII, y prestaron brillantez a los espectáculos de entonces, algo que resulta comprensible solamente si se tiene en cuenta como se desarrollaban las corridas de toros y como se entendía el toreo en aquel tiempo.

Se comportaban en el primer tercio con la espectacularidad y la desigualdad típicas de los toros antiguos. Solían salir abantos, aunque luego peleaban con dureza en varas poniendo en aprietos a los picadores hasta que iban perdiendo poder y facultades. Unos, los mejores, se arrancaban de largo a los caballos, recargaban cuando lograban derribar o, en caso contrario solían salir sueltos pero volvían varias veces al encuentro con los picadores. A los otros, los peores, costaba mucho trabajo colocarlos en suerte y lograr que tomaran algún puyazo, ya que desarrollaban sentido y dificultades con rapidez e incluso huían de la pelea y se aquerenciaban rápidamente en las tablas.

Igualmente eran reservones en banderillas y durante el último tercio de la lidia resultaban inciertos y muy peligrosos por su sentido, yendo casi siempre al bulto. Estas dificultades aumentaban más aún cuando buscaban la defensa de los tableros y se limitaban a esperar la llegada de los toreros arrancándose solamente cuando tenían posibilidades de coger.

Durante los siglos XVII y XVIII, la lidia se fundamentaba en el tercio de varas, cuya duración se prolongaba en función del número de varas que admitiera el toro antes de aplomarse. Entre tanto los toreros de a pie intervenían activamente con los capotes para poner en suerte a los toros y, sobre todo, para realizar los quites con los que trataban de evitar por todos los medios que resultasen heridos los picadores que habían sufrido el derribo de su cabalgadura.

El tercio de banderillas, el que menos ha evolucionado en la historia del toreo, tenía por objeto reavivar las embestidas de los toros que solían quedarse aplomados tras la intensidad del tercio de varas.

Finalmente el último tercio de la lidia estaba concebido para desarrollarse con brevedad, limitándose a un par de pases o tres, los mínimos imprescindibles para que el diestro pudiera entrar a matar, valorándose sobre todo la preparación y le ejecución de la estocada. Por lo tanto las faenas de muleta eran casi inexistentes y además se desarrollaban siempre sobre las piernas del torero, que nunca se quedaba quieto mientras instrumentaba los muletazos, ya que las condiciones del toro de entonces imposibilitaban cualquier intento de quietud.

Con esta concepción de la lidia resultaba válido un tipo de ejemplar eminentemente bronco y defensivo, que desarrollaba sentido y dificultades en cada arrancada y que se defendía cuando se desengañaba por completo. De este modo los toros jijones fueron consolidándose y extendiéndose en las ganaderías españolas, de la misma forma que cayeron en picado y acabaron por desaparecer cuando el espectáculo evolucionó en pos de unos cánones de belleza estética propiciada por la quietud del torero y que hacía necesario que el toro aportase mayores cuotas de bravura y nobleza, asociadas a la fijeza y la entrega en la pelea.

Cuentan las crónicas de la época que los vacunos jijones y sus derivados, los toros de la tierra, fueron con diferencia los más terroríficos de su tiempo, y mucho más cuando recibían una lidia mala o excesivamente prolongada, puesto que no se entregaban casi nunca y cuando sentían que les faltaban fuerzas, se resabiaban hasta ponerse imposibles de lidiar. Por todo ello, estas ganaderías fueron las más temidas y rechazadas por los toreros de la época.

Conforme fue transcurriendo el siglo XIX y cambió la concepción de la lidia, se paso de una lidia sobre las piernas a una faena de muleta basada fundamentalmente en la quietud del torero y el movimiento de los brazos, los ganaderos se dieron cuenta que era necesario mejorarlos por lo cual recurrieron a practicar refrescamientos de sangre con ejemplares jijones, primero, y luego con otros de orígenes más selectos, derivados principalmente de la Casta Vistahermosa.

Merced a estos cruces, los mejores ganaderos consiguieron mantener su cartel durante más tiempo, aunque finalmente tuvieron que afrontar una evolución más profunda y más alejada del origen primitivo de sus divisas, o verse abocados a la desaparición.

Y es que según se demostró posteriormente, las ganaderías jijonas y sus derivadas no tenían en su patrimonio genético la capacidad de adaptación al toreo moderno, igual que ocurría en otras muchas de su tiempo y de orígenes variados, y al final todas ellas se vieron abocadas a la desaparición, no sin antes ensayar numerosos cruces que tuvieron resultados poco relevantes excepto aquellos que se realizaron por absorción y que en la práctica suponían también la eliminación de los genes jijones.
Jijona_Berrendo_Escarbando.jpg



PRINCIPALES GANADERÍAS DE CASTA JIJONA.


Durante los siglos XVIII y XIX existieron bastantes ganaderías que alcanzaron considerable renombre y que fueron constituidas en sus orígenes con reproductores de Casta Jijona. De una forma esquemática podemos señalar las siguientes:

- Bernabé del Águila - Manuel Gaviria - "Terrones" (Ildefonso Sánchez Tabernero).
- José Mª de Linares y Ceballos - Antonio Guerra - José de Lacerda y Pinto Barreiros (Portugal).
- Atanasio del Lamo - Jerónimo Frías - Frías Hermanos.
- Condesa de Salvatierra – Marqués de la Conquista (Trujillo), con dos subramas:
         - Marqués de la Conquista-"Curro Cúchares"-"Carreros"
         - Marqués de la Conquista-Filiberto Mira-Viuda de Soler-Moura-Sobral-Passanha
- Ganaderías clásicas de Colmenar Viejo:
           Manuel Aleas López
           José Rodríguez-Manuel Bañuelos
           Vicente Martínez-María Montalvo
           Félix Gómez-Campos Varela
- Torrubias – Gil Flores (Albacete)
- Marqués de Navasequilla - Andrés Fontecilla - "El Cura de la Morena" - Manuel Arranz
- Vacadas Jijonas de los Reyes de España.

Destacaron en el siglo XVIII, las del Marqués de Malpica, Diego Muñoz Vera, Marqués de Navasequilla o Juan José Hidalgo Torres. Ya en el XIX fueron importantes otras muchas especialmente la de Álvaro Muñoz, el hijo de Muñoz Vera, que posteriormente se dividió entre sus hijos y que tras venderse en varios lotes dio lugar a la de Salvatierra y la del Marqués de la Conquista.

Otra parte de la ganadería de la familia Muñoz, fue adquirida por Rafael Barbero y entró a formar parte de la ganadería de Pablo Romero, aunque en ésta la influencia jijona sea inapreciable desde hace muchas décadas.

Una rama de la familia Jijón estableció su ganadería en la zona de Valdepeñas. El primer Jijón que se dedicó a la crianza de vacunos de lidia en esta comarca fue Manuel Jijón durante el siglo XVIII. Su labor fue continuada por su hija Elena y su yerno, Benito Torrubia en los finales de dicha centuria, alcanzando muchos éxitos. La vacada fue adquirida hacia 1800 por Gil Flores, constituyendo la base originaria de las divisas de la familia Flores en Albacete (Samuel Flores, Maria Agustina López Flores).

Antes de vender la ganadería a Gil Flores, Benito Torrubia traspasó numerosos reproductores a José Manzanilla, quien a su vez cedió muchas reses a varios ganaderos de la zona de Colmenar Viejo contribuyendo a la fusión entre los llamados Toros de la Tierra y la Casta Jijona y dando lugar a algunas ganaderías tan famosas como la de Manuel Aleas.

El primer ganadero que seleccionó toros de la Tierra fue el colmenareño José Rodríguez García, a mediados del siglo XVII. Su vacada fue constituida con reses de múltiples orígenes, pero todas ellas de la zona centro de la península y mayoritariamente traídas de la provincia de Ciudad Real. Esta ganadería pasó en el siglo XVIII a ser propiedad del marqués de Gaviria, una de las más famosas de esta zona junto a las de Gómez, Aleas y Martínez.

 

Casta Navarra



Morfología de los Vacunos de Casta Navarra

Hierro Casta Navarra Ejemplar de Casta Navarra
Tradicionalmente los toros navarros han respondido a un prototipo morfológico muy característico donde destacan su pequeño formato (brevilineos), sus pelajes colorados y rizosos y su acusada viveza.
Se trata por tanto de animales de talla muy pequeña, y extremadamente finos, que lucen un perfil cefálico cóncavo y que son característicamente elipométricos o de peso bajo, lo cual no es extraño si se tiene en cuenta su disminuido tamaño y su característico tipo aleonado, con mayor predominio en el tercio anterior, y con escaso desarrollo de la grupa.
La cabeza suele ser pequeña y de morro ancho. Presenta los ojos de tamaño grande, muy saltones y de mirada muy viva, característica que constituye uno de los rasgos más peculiares de las Casta Navarra.
La cara está cubierta por pelos largos y rizosos, dándose muchos ejemplares foscos e incluso astracanadas, al prolongarse los rizos hasta el cuello, llegando en ocasiones a alcanzar las paletillas. Las orejas son pequeñas y muy movibles, provistas de abundantes pelos. Las encornaduras son cortas de longitud y se dirigen normalmente hacia arriba (veletos), apareciendo con menor frecuencia los cornivueltos y cornipasos. Tienen una coloración clara o acaramelada, y finalizan en pitones muy agudos.
El cuello es ancho y más bien corto, provisto de un morrillo prominente, pero no excesivo, de forma que no se desentona sobre el conjunto del animal. La papada aparece igualmente poco marcada.
El tronco tiene forma de trapecio, y el pecho es profundo y ancho. La línea dorso-lumbar aparece más o menos arqueada, y la grupa es almendrada, alcanzando poco desarrollo en general, mientras que el vientre tiene forma redondeada y es poco prominente.
Las extremidades son cortas y finas, con pezuñas de tamaño reducido, y la cola es larga, fina y provista de un borlón muy poblado.
En conjunto los toros navarros resultan armónicos y muy bonitos por su finura y su viveza.
Los pelajes característicos de los vacunos navarros se incluyen en la gama de las capas coloradas, que se presentan en toda su variedad, melocotón, colorado, colorado encendido y retinto. También son frecuentes las pintas castañas, mientras que las negras y tostadas se aprecian con menos asiduidad.
Los accidentes más frecuentes que acompañan a estas capas son el albardado, aldinegro, anteado, chorreado, lavado, ojo de perdiz, ojalado, ojinegro, bociblanco, bocidorado, listón y lombardo. El bragado y el meano tan común en la mayoría de las procedencias ganaderas es aquí mucho menos abundante.

Las vacas de Casta Navarra

Ejemplar de Casta Navarra
Las hembras manifiestan aún más las características propias de su origen. Su talla es considerablemente menor que la de los machos, y acusan una marcada elipometría, mientras que la concavidad del perfil resulta todavía más patente.
La cabeza es estrecha y alargada, circunstancia que hace destacar aún más los ojos claros y saltones. Los cuernos son acaramelados o claros, muy finos en todo su trayecto, y con predominio de las encornaduras veletas, aunque las cornivueltas, y sobre todo las cornipasas son también bastante frecuentes. El cuello es fino, estrecho y muy movible, el tronco es discretamente desarrollado, con la línea dorso-lumbar ligeramente ensillada.
Las extremidades son igualmente muy finas y cortas, mientras que las ubres alcanzan un tamaño discreto. La cola es proporcionalmente más larga que la de los toros, e igualmente poblada.

El comportamiento de la Casta Navarra

Ejemplar de Casta Navarra
Las reses de Casta Navarra han lucido desde tiempos inmemorables una bravura seca, primitiva, exenta de cualquier característica que implique entrega y colaboración con los toreros, que resulta tan espectacular como su propia presencia física.
De este modo los tratadistas han venido calificando a los ejemplares como duros y con pocos atisbos de nobleza, extremadamente bravos, de mucho nervio y agilidad, otorgándose otros calificativos que dan una idea de sus aptitudes, como los de fogosos, mal humorados, astutos y hasta arteros.
En el ruedo, la escasa presencia de los toros navarros compensaba con creces por su dureza, el fervor de los aficionados del siglo pasado. Cuentan crónicas de l época que estos astados se arrancaban de lejos a los caballos, y cuando hacían presa los derribaban, se subían sobre ellos, y además de cornearles, les mordían y pateaban con saña.
En el segundo tercio salían persiguiendo con frecuencia a los banderilleros que acababan de sacarles los railotes, sin hacer caso de los capotes con los que otros toreros intentaban hacerles el quite. Les obligaban a saltar la barrera, y también la saltaban ellos limpiamente persiguiéndoles.
Durante las faenas de muleta estaban dotados de un prodigioso sentido de la anticipación, eran pegajosos, y se revolvían rápidamente, además de tirar numerosas cornadas en cada derrote. Resultaban broncos y muy difíciles para los diestros, a pesar de que en esta época las faenas de muleta eran una simple preparación para entrar a matar al toro, de que los diestros de entonces basaban una buena parte de su técnica en la propia rapidez de reflejos y en la velocidad de las piernas para ponerse a salvo.
Desde siempre el desbordado temperamento y la facilidad para adquirir resabios típicos de los toros navarros infundieron terror en en los lidiadores.
Ya en el siglo XX la evolución del toreo hacia un espectáculo cada vez más artístico y menos basado en el enfrentamiento toro-torero condicionó lo que habría de ser la regresión de esta casta, hasta el punto de colocarla casi en trance de extinción.
Los toreros se decantaron por un tipo de toro cada vez menos complicado, rechazando por completo los vacunos navarros, que empezaron a desaparecer totalmente de los espectáculos mayores. Además, lo justo de su trapío contribuyó a lograr con más facilidad el objetivo de los lidiadores.

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